lunes, 1 de septiembre de 2008

En 1928 el mundo químico celebró el centenario de un descubrimiento trascendente hecho por un alemán de 28 años: Federico Wöehler (1800-1882). En su laboratorio había preparado una cantidad del compuesto inestrable conocido con el nombre de Cianato de Amonio; esta substancia fue calentada y con gran sorpresa notó que había transformado en unos cristales blancos y sedosos. Rápidamente hizo pruebas: eran cristales de Urea, la substancia que se obtiene cuando se evapora la orina.
Para el joven Wöehler éste fue un cambio de lo más sorprendente y enigmático, porque en Cianato de Amonio era un compuesto inorgánico que podía prepararse en el laboratorio; mientras que la Urea era un compuesto orgánico, producto de la actividad de un organismo vivo, la cual, de acuerdo con las teorías de la época, sólo podía prepararse por medio de los procesos de los organismos vivos. Sin embargo, Wöehler la habría preparado en un tubo de ensayo. Desechaba estaba la antigua teoría de que todos los compuestos orgánicos poseían una fuerza vital o espíritu viviente que sólo podía ser producido por la Naturaleza.
Estos compuestos son idénticos a los inorgánicos o minerales y en su formación se cumplen las mismas leyes. La muralla que separaba al mundo Inorgánico del mundo Orgánico fue derribada.
Desde este momento el hombre no encontraría impedimento alguno para producir substancias orgánicas e inorgánicas dentro de su laboratorio. En el transcurso de poco más de una centuria, el hombre ha preparado un número de compuestos orgánicos que sobrepasan la cifra de 300,000.

No hay comentarios:

Parasites, ecosystems and sustainability:an ecological and complex systems perspective


Pierre Horwitza,*, Bruce A. Wilcoxb
aConsortium for Health and Ecology, Edith Cowan University, 100 Joondalup Drive, Joondalup, WA 6027, Australia
bAsia-Pacific Institute for Tropical Medicine and Infectious Diseases, John A. Burns School of Medicine, University of Hawaii, Honolulu 96822, Hawaii
Received 20 December 2004; received in revised form 16 March 2005; accepted 16 March 2005

Abstract
Host–parasite relationships can be conceptualised either narrowly, where the parasite is metabolically dependent on the host, or more
broadly, as suggested by an ecological–evolutionary and complex systems perspective. In this view Host–parasite relationships are part of a
larger set of ecological and co-evolutionary interdependencies and a complex adaptive system. These interdependencies affect not just the
hosts, vectors, parasites, the immediate agents, but also those indirectly or consequentially affected by the relationship. Host–parasite
relationships also can be viewed as systems embedded within larger systems represented by ecological communities and ecosystems. So
defined, it can be argued that Host–parasite relationships may often benefit their hosts and contribute significantly to the structuring of
ecological communities. The broader, complex adaptive system view also contributes to understanding the phenomenon of disease
emergence, the ecological and evolutionary mechanisms involved, and the role of parasitology in research and management of ecosystems in
light of the apparently growing problem of emerging infectious diseases in wildlife and humans. An expanded set of principles for integrated
parasite management is suggested by this perspective.
q 2005 Australian Society for Parasitology Inc. Published by Elsevier Ltd. All rights reserved.

Fisiología del sExO